LA TELE DEL FÚTBOL:

Parece que cada cuatro años muchísima gente cambia de televisor. No es por la nombrada resilencia, sino porque llega el mundial de fútbol y hay que ver los partidos en tamaño más grande de lo que uno está acostumbrado.

Reconozco que yo no soy muy aficionada a este deporte, pero un mundial es todo un acontecimiento y no hay quien se escape de ver alguno de los partidos. A mi personalmente me gusta ver las finales y sólo el final de las finales. Si además gana el que yo quiero pues me quedo con buen sabor de boca, eso sí, hasta el mundial siguiente.

Por eso me cuesta tanto entender que las ventas de los televisores suban tanto en estas fechas. ¡Comprarse un aparato más grande del que ya tenemos sólo por unos días!

Qué importante es el fútbol en nuestra sociedad y en estos momentos.

Vivimos en un país donde  el deporte comparte cartera ministerial con cultura, ¡ni más ni menos! Entiendo que ese matrimonio estará fundamentado en algo, aunque no se exactamente en qué.

Tenemos un nuevo ministro de cultura y deporte cuya proyección más conocida es la tele.

Es un periodista, escritor y presentador que ha manifestado en diversas ocasiones que no le gusta el deporte aunque sí el teatro y todo lo que tenga que ver con la creación. Es un buen ejemplo de sujeto dividido, listo para angustiarse cada vez que tenga que elegir entre un gran estreno de su actor favorito y una final de futbol. Creo que será un buen entrenamiento para el nuevo ministro, fiel reflejo de la división que ya tenemos en Nuestro país, aunque por diferentes cuestiones claro.

LA “LIMPIACULOS”

Hay profesiones cuyo trabajo consiste en dignificar a las personas. Una de ellas es la de los auxiliares sanitarios. Se encargan de vestir, duchar, lavar el pelo y los dientes o cortar las uñas a gente que no lo puede hacer por sí misma. Y limpiar el culo por supuesto.

He leído una nota que ha escrito una de estas profesionales, llamada Sara Rodriguez Martinez. En ella se muestra muy orgullosa de lo que hace, y muy harta de escuchar cómo se usa de forma despectiva el ser una “limpiaculos”, como si fuera lo más bajo en lo que alguien pudiera caer.

Como estoy releyendo a Orwell, llevo unos días imaginando los distintos tipos de sociedades que se podrían dar en nuestra civilización si una pequeña cosa cambiara.

Imaginemos que lo que cambiase fuera que el prestigio profesional de una persona dependiera de la dignidad que da o devuelve a otra u otras personas.

Por supuesto que el auxiliar sanitario sería uno de los más prestigiosos, pero ¿cuales más?

El de barrendero, que dignifica las calles que todos pisamos. Los profesores de natación de adultos, que ayudan a superar miedos infantiles dando valor a muchos valientes canosos. Las telefonistas del teléfono de la esperanza, que sin ver dan palabras de aliento y escucha. Las encargadas de proporcionar papel higiénico en los baños públicos, por razones que todos conocemos.

Podría continuar enumerando decenas de profesiones que en una sociedad que valorara otras cosas nos harían mejores a todos.

¿imagináis un niño de 6 u 8 años que diga que cuando sea mayor quiere ser “limpiaculos?

BUENOS DÍAS

Si preguntara a cada uno de vosotros qué es lo primero que hacéis o pensais cuando os despertáis, seguramente recibiría tantas respuestas diferentes como personas que me respondieran.

Casi todos hacemos lo mismo cada mañana cuando abrimos los ojos, o cuando se nos despiertan los pensamientos.

Algunos tienen por costumbre mirar el despertador y saber que dentro de siete minutos volverá a sonar la alarma y que pueden robarle ese tiempo al día. Otros saltan de la cama directos al baño sin que se hayan despertado siquiera, conozco al que se enciende el primer cigarrillo del día desde las profundidades del edredón. Al que no le gusta su trabajo ve gris su jornada, a quien le apasiona su trabajo se activa rápidamente, hay quien no lo consigue hasta el primer cafe. Algunos pasan de la cama a la esterilla de la meditación o el yoga. Los viajeros se despiertan indefectiblemente desorientados sin saber en qué ciudad están hoy. Muchos sólo quieren seguir durmiendo.

Las rutinas van ordenando nuestro día, pero los pensamientos también.

Hoy me ha pasado algo que ha roto mi rutina semanal.

Antes de subir a mi despacho he entrado a una panadería que ocupa los bajos del edificio donde trabajo y he pedido un café con leche para llevar, como suele ser mi costumbre. Mientras esperaba a que estuviera listo, el chico que me ha atendido me ha preguntado:

-María, ¿lista para afrontar la semana?

Mi primera respuesta ha sido afirmar sin mucho convencimiento con un gesto, extrañada.

Yo iba a dejar pasar la pregunta como una formalidad, pero él ha insistido y me ha repetido la pregunta.

Mi extrañeza ha ido en aumento. ¿afrontar la semana? Claro! Si hoy es lunes!

No os diré lo que he respondido, sólo que el café de hoy me ha reconfortado más que otras mañanas. Buenos días.

SIN BORRAR

El olor de la goma de borrar lo tengo anudado en mis recuerdos con una sensación agridulce.

Su aroma suave, junto con el tacto aterciopelado de una goma nueva lo relaciono con el olor a libro nuevo que siempre me ha gustado.

Mi madre no me dejaba usarla todo el tiempo, tenía que elegir qué errores hacer. Corría el riesgo de pasar el tiempo de los deberes escribiendo y borrando constantemente. A ella no le gustaba porque por muy bien que borrara siempre quedaba una marca de lo borrado, la hoja blanca iba tomando un color grisáceo donde antes había algo escrito y mis deberes quedaban hechos una chapuza.

Supongo que desde que los ordenadores y tablets anidan en casas y colegios ya no se venden tanto las gomas, pero no por eso hemos dejado de borrar, qué va. Sólo que ahora borramos otras cosas.

Antes podíamos borrar recuerdos de nuestra memoria, si ésta nos lo permitía, podíamos borrar nombres de nuestra libreta de direcciones, podíamos borrar marcas en las paredes dándoles una mano de pintura… qué se yo!

Pero ahora tenemos ese mundo paralelo que vuela sólo, que está planeando sobre nuestras cabezas sin que podamos controlarlo del todo y nos encontramos con todos esos intentos del que trata de borrar sus palabras o sus actos. Donde antes dábamos una capa de pintura, ahora colgamos una buena sonrisa. Donde dije Digo digo Diego.

Pero ese otro mundo no es humano, no lo es porque no olvida, no borra ni los malos ni los buenos recuerdos. Y no sólo eso, sino que los deja intactos, como si el tiempo no pasara. Y aunque lo sabemos, lo seguimos intentando.

REMEDIOS DE AMAIA:

A pesar del esfuerzo que he hecho, me ha sido imposible rehuir el tema de mi columna de hoy, Eurovisión. Llevaba años pudiendo vivir tranquilamente sin este certamen. Sabía que existía, pero nunca le presté ni atención, ni me junté con mis amigas para verlo y comentarlo. Nunca conocí las canciones que iban a sonar.

No sé cómo es el sistema de votos ni cuántos países participan. Hasta este año no sabía que había semifinales.

Lo único que sé es que cada país canta su canción, luego todos votan dando una puntuación a cada actuación y quien más puntos tenga gana. Sé que en nuestro país tenemos la tradición y la ilusión de creer que vamos a arrasar y que tradicionalmente lo que ha solido ocurrir es que no cumplimos con las expectativas que tenemos y nos solemos llevar una desilusión.

He leído que este año ha ocurrido lo mismo en Lisboa, pero como dice Amaia, una de las cantantes, “es un poco mierda, pero no pasa nada”. Y tiene razón. No pasa nada. Y sí que pasa.

La noche del sábado muchas casas hicieron el plan de juntarse para ver el certamen. Para miles de adolescentes fue la primera vez que pasaban una velada en casa de algún amigo o amiga para ver juntos el concurso e ilusionarse con la posibilidad del triunfo, como si el estar juntos hiciera crecer las posibilidades de ganar. Y eso ya es bastante.

Ahora que lo pienso, recuerdo que sí hubo un año en que seguí atentamente Eurovisión. Fue en el año 80, cuando la gran Remedios Amaya cantó “Quién maneja mi barca”. Qué desilusión me llevé. Nunca más vi el concurso, pero nunca dejé de seguir a Remedios, que me encanta.

S.O.S:

Cuando esta columna se publique ya se sabrá si los tres bomberos sevillanos acusados de tráfico de seres humanos mientras trabajaban de voluntarios en el mar Mediterráneo rescatando personas en barcos a la deriva, son declarados inocentes o no por la justicia griega.

Quiero creer que la sentencia será a favor de estos tres señores casi anónimos, de los que poco sabemos, Manuel Blanco, Enrique Rodríguez y Julio Latorre.

Para mi son los tres hombres sin cara, porque a pesar de haber visto alguna foto de ellos no las recuerdo, pero sí sé lo que representa lo que hicieron, lo que hacen. Y es el claro dibujo de lo que no hacemos los demás, de lo que nos falta por avanzar, de lo inhumanos que podemos llegar a ser, de lo impotentes que nos sentimos ante lo extranjero estando en nuestra propia casa, de lo sordos que nos hacemos ante el grito del vecino, de lo centrados que estamos en nuestro ombligo.

Estos hombres y su existencia deberían hacernos ver la necesidad que nosotros tenemos de ser rescatados. Creemos que el primer mundo rescata al tercero, o que debería hacerlo, y sin embargo no nos damos cuenta de que son ellos los que vienen a darnos el mensaje de la necesidad que tenemos de ser rescatados de nuestra ignominia, ceguera, sordera, insensibilidad y superficialidad.

Somos nosotros los que nos estamos ahogando, los que ponemos en peligro nuestra vida y la de ellos. Nos ahogamos entre cables, pantallas, bolsas llenas. Compramos el que nuestros sueños se hagan realidad, también compramos sueños prefabricados relativamente fáciles de cumplir, como son comprar ropa en Primark o montar muebles de Ikea.

Y mientras tanto, unos pocos sueñan con salvar vidas, como ellos dicen “condenados a salvar vidas”.

EL CASTILLO HINCHABLE:

El domingo pasé el día en un torneo de deporte escolar multitudinario.

Clubs de todo el país se acercaron un año más a Bilbao a participar durante cuatro días en un maratón de partidos de equipos de todas las edades.

No se cuántos niños había allí reunidos, yo diría que más de mil. La mayoría de ellos sin padres. Las mochilas y bolsas se amontonaban por todas las esquinas, el suelo estaba salpicado de coloridos envoltorios de caramelos, balones y bolas rodaban por el suelo y por encima de nuestras cabezas.

Se veían niños solos deambulando, otros acompañados haciéndose confidencias, grupos riendo.

En una cancha de tenis habían instalado un castillo hinchable donde el caos parecía ser la única norma, pero no. Lo pude comprobar porque me detuve frente a la puerta y enseguida una niña que debía tener cuatro años me dijo que había cola para entrar y que ella era la tercera. Se lo agradecí sinceramente, giré la cabeza y entonces lo vi.

En aquel desorden tan evidente había un orden, el orden de Ellos. Eran mayoría en aquel lugar, todo estaba pensado para ellos. Creo que no escuché llorar a ninguno en todo el día. Sí los escuché cantar y animar a sus equipos respectivos.

A pesar del ruido, el griterío y el lío que era aquello, los niños aparecían misteriosamente uniformados y preparados para jugar puntualmente el partido que les tocaba.

En el momento que sonaba la señal que indicaba el comienzo de los partidos, todos estaban en sus puestos, tensos pero con una sonrisa, preparados para divertirse y con la bolsa de las ilusiones llenas de ganas de ganar.

Asombrada. Así salí de allí, sin entender cómo en aquel desorden todo podía funcionar como un reloj. Una vez fuera, cuando el silencio se hizo un lugar, alguien gritó a lo lejos: “¡¡deporte en equipo!!”

LA ROSA Y EL LIBRO:

Quien haya paseado aunque sólo sea una vez por Paseo de Gracia de Barcelona en el día de Sant Jordi estará de acuerdo conmigo en que esa ciudad es especial.

Cada 23 de Abril la ciudad amanece más temprano que cualquier otro día del año. Y no porque ya comiencen a alargarse los días con la llegada de la primavera, sino porque el aroma de las rosas va entrando sigilosamente por las ventanas de todas las casas de los habitantes de Barcelona antes que el sol. El aroma de las rosas y de los libros.

La casa-escultura Batllo se engalana para este día, sus balcones cubiertos de aquellas rosas que brotaron tras la muerte del dragón, enmarcado por su esqueleto y sus escamas de vivos colores, real-izando la historia de la joven y el príncipe,

No hay que ser muy observador para percatarse de que un día como ese nadie camina solo en toda la ciudad. No hay quien no vaya acompañado de una o más rosas en la mano.

Cuando veo algo así me pregunto para quién serán esas rosas, a dónde irán a parar, si son deseadas o no, qué deseo pueden tener escondido.

Y ¡qué decir de los libros! Muchos sólo se quedarán con su aroma, con su peso y suavidad al recibirlos, con sus colores o la dedicatoria que no puede faltar en un libro recibido en el día de Sant Jordi.

Para los pequeños podrá ser el primer libro de muchos que leerán en el futuro. Para los que no leen, una nueva oportunidad, la de sumergirse en una nueva aventura, conocer un personaje que les acompañe para siempre.

Extraña pareja la de la rosa y el libro. Unidos por la casualidad para no dejar a nadie solo.

CUIDADORAS:

Esta mañana, cuando todavía estaba en ese extraño estado entre el sueño y la vigilia, han acudido a mi mente las mujeres que a lo largo de mi vida me han cuidado, a mi y a mi familia.

Cada etapa de mi vida la puedo enmarcar en función de la mujer que ayudaba en casa de mi familia. Mujeres de todas las edades, que con su juventud o con su experiencia, con  alegría o serenidad, con vitalidad o parsimonia, organizaban, ordenaban, cocinaban o mimaban. Claro que también educaban, con su trabajo diario, su puntualidad, sus atenciones, su cariño.

Hasta hace unos años, no tantos, todas ellas eran personas de origen local, de pueblos vecinos, que necesitaban trabajar para mantener a sus hijos, o chicas jóvenes que habían abandonado los estudios para trabajar.

Sin embargo, los últimos años, el perfil de las mujeres que nos han cuidado y ayudado es claramente otro. Guardo un profundo cariño, gratitud y respeto por aquellas mujeres que sin ser familia cuidaron de mi durante mi infancia.

Pero lo que siento por las cuidadoras que se prestan hoy en día es admiración. Chicas-mujeres solas en su gran mayoría, que la primera vez que tomaron un avión en su vida fue para cruzar un charco sin saber si iba a haber un retorno, directas a un porvenir incierto y arriesgado, muchas de ellas dejando a varios hijos a cargo de sus madres sin saber cuándo los iban a volver a ver, ni si eso ocurriría algún día. Pero lo más duro que veo en estas supermujeres es que vienen sin sueños, sólo con el propósito de malvivir y conseguir algo de dinero para enviar a su casa. Para mi, las heroínas del SXXI.

Quizás ahora me toca a mi cuidar de ellas, ¿no les parece?

INFIERNO:

Hace unos días que por un lado o por otro, por una causa u otra sale el tema del infierno a colación.

Se han publicado las supuestas declaraciones del Papa Francisco en que dice que “el infierno no existe”. Por supuesto que posteriormente el Vaticano las ha venido a desmentir, para alivio de muchos.

Digo alivio, sí, porque comentando la noticia con un amigo, éste me decía que eso era imposible, que el Papa no podía haber dicho eso, que esas declaraciones son absolutamente incendiarias. Me dice “¿imaginas que no existieran los jueces, ni las cárceles ni el castigo? Pues si el infierno no existiera sería lo mismo y tendríamos que volver a inventarlo, escribir un nuevo Testamento”.

La verdad es que yo siempre tuve más en cuenta la posibilidad del cielo que del infierno. El infierno me ha parecido el destino de los malos malísimos, de esos que uno no suele conocer en persona, algo muy lejano vaya.

Sin embargo todos tenemos nuestro particular infierno:la lesión de rodilla del deportista, la rotura de la caldera en invierno y del aire acondicionado en verano, la enfermedad de un ser querido, la tristeza del melancólico, el aburrimiento del parado, la errancia del refugiado, la vejez del amante de la vida, el cautiverio de un animal salvaje, la página en blanco del escritor, las butacas vacías del actor, el silencio del teléfono del adolescente, las críticas en el niño, la soledad de una tórtola… y ustedes dirán.

Ustedes dirán, cada cual sabe cuál es su infierno particular y claro, también su paraíso particular.

¡Ah! El Papa supuestamente también dijo que las almas no arden en el infierno eternamente! Menos mal que sólo arden por un tiempo..