S.O.S:

Cuando esta columna se publique ya se sabrá si los tres bomberos sevillanos acusados de tráfico de seres humanos mientras trabajaban de voluntarios en el mar Mediterráneo rescatando personas en barcos a la deriva, son declarados inocentes o no por la justicia griega.

Quiero creer que la sentencia será a favor de estos tres señores casi anónimos, de los que poco sabemos, Manuel Blanco, Enrique Rodríguez y Julio Latorre.

Para mi son los tres hombres sin cara, porque a pesar de haber visto alguna foto de ellos no las recuerdo, pero sí sé lo que representa lo que hicieron, lo que hacen. Y es el claro dibujo de lo que no hacemos los demás, de lo que nos falta por avanzar, de lo inhumanos que podemos llegar a ser, de lo impotentes que nos sentimos ante lo extranjero estando en nuestra propia casa, de lo sordos que nos hacemos ante el grito del vecino, de lo centrados que estamos en nuestro ombligo.

Estos hombres y su existencia deberían hacernos ver la necesidad que nosotros tenemos de ser rescatados. Creemos que el primer mundo rescata al tercero, o que debería hacerlo, y sin embargo no nos damos cuenta de que son ellos los que vienen a darnos el mensaje de la necesidad que tenemos de ser rescatados de nuestra ignominia, ceguera, sordera, insensibilidad y superficialidad.

Somos nosotros los que nos estamos ahogando, los que ponemos en peligro nuestra vida y la de ellos. Nos ahogamos entre cables, pantallas, bolsas llenas. Compramos el que nuestros sueños se hagan realidad, también compramos sueños prefabricados relativamente fáciles de cumplir, como son comprar ropa en Primark o montar muebles de Ikea.

Y mientras tanto, unos pocos sueñan con salvar vidas, como ellos dicen “condenados a salvar vidas”.

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